Paulina Falcón
¿Para qué estudiamos el envejecimiento?
“El agente topo”, exitosa película chilena nominada al Oscar como “Mejor Documental” ha basado su éxito en tratar un tema universalmente difícil para la cultura occidental: la vejez. Aborda de manera real y muy cercana un problema que históricamente como sociedad hemos despreciado: la vulnerabilidad y el abandono en el envejecimiento. Esta mirada se arrastra desde hace siglos en occidente. La revolución industrial, como proceso sociológico impactó no solamente en la economía sino en la forma en que el ser humano se mira a sí mismo.
El cuerpo, pasó a considerarse una máquina, centrando la observación del ser humano como parte de un sistema económico, que junto al desarrollo de nuevas tecnologías abrieron paso a la era Moderna, reflexiona Patricio Ríos en su artículo “Modernidad: cuerpos envejecidos, ¿sujetos envejecidos?” (2018). En esta sociedad moderna centrada en la producción, donde se consagró el individualismo, el interés no se dirigió a observar el envejecimiento y su complejidad.
Durante mucho tiempo, el territorio del entendimiento de la vejez emanó exclusivamente desde la geriatría, una disciplina de la medicina. En los últimos 60 años, nació y se ha desarrollado de a poco el campo de la Biogerontología, o el estudio de la Biología del Envejecimiento. Pero ni la Geriatría ni la Biogerontología se hacen cargo de la construcción cultural que la sociedad moderna ha forjado entorno al envejecimiento y la vejez.
El envejecimiento de la población y su impacto a nivel demográfico ha generado tanto la necesidad como el interés en avanzar en el entendimiento del envejecimiento como fenómeno, no sólo por su conocimiento per se, sino para poder contribuir desde la ciencia a la búsqueda de curas y/o tratamientos de enfermedades asociadas al envejecimiento, cuya incidencia aumenta de manera dependiente de la edad.
En un mundo donde la población envejece, las enfermedades asociadas al envejecimiento representan un desafío central para la salud pública. Con esto en mente, surge la pregunta: ¿Con qué fin realizamos investigación del ageing?. ¿Queremos acaso ser eternos?, sin duda, tenemos el deber ético de morir.
Inevitablemente la investigación del campo del ageing va a conllevar mejoras en la salud de los grupos etarios superiores, y su consecuente extensión de la expectativa de vida. Esto va a tener serias implicancias para la sociedad, algunas proyecciones son optimistas, mientras que otras no lo son tanto.
Dentro de la visión positiva, la extensión de la esperanza de vida de la población representa una gran oportunidad, que otorga más libertad a las personas en búsqueda de nuevos horizontes sin restricción de tiempo.
Lo anterior se traducirá en mayor exploración y experimentación en campos como el de las artes y las ciencias, resultando finalmente en la expansión del conocimiento de la humanidad.
Por otro lado, el aumento de la población mayor y más sana, y el aumento en su longevidad, transformaría profundamente la estructura de la sociedad a nivel familiar, donde normalmente el ciclo de vida de una familia lo componen tres niveles: niños, padres y abuelos, si la expectativa de vida se extendiera hasta los 120 años, contemplaría tátara abuelos incluso tátara tátara abuelos.
En consecuencia, el tamaño total de la población se estancaría, el crecimiento económico se ralentizaría y la generación de puestos de trabajo disminuiría brutalmente.
Las personas que estén en los puestos de trabajo superiores no se retirarán, esto significaría menor avance para los que están en la carrera en el ascenso, y menos trabajos para las personas jóvenes que recién empiezan.
Ante este desafío será fundamental redefinir quién constituye un miembro productivo de la sociedad para así poder generar una nueva estructura económica, (McDonald 2014).
Es crucial preguntarnos: ¿Para qué estudiamos el envejecimiento?”, ya que los frutos que obtengan desde la ciencia jugarán un papel decisivo en el diseño de cómo se esculpirá la sociedad del mañana.
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